Andrea Pérez

Fiscal y comunicación online

Desde que abrí los ojos al mundo, la música se convirtió en la banda sonora de mi vida. Nací en una familia donde las notas y los ritmos eran más que simples sonidos; eran una tradición, una herencia. Mi padre, desde temprana edad, se entregó al ritmo de la batería, y mis días de infancia se llenaron de celebraciones musicales. Las guitarras resonaban, los cajones flamencos marcaban el compás, y los conciertos caseros eran nuestra forma de festejar los fines de semana.

Mi madre, por su parte, me guió por un viaje musical diverso y apasionante. Desde las sinfonías clásicas que llenaban la sala hasta las rancheras que entonábamos con alegría, pasando incluso por los sonidos más pesados del metal. Fue ella quien me abrió las puertas a un mundo de melodías variadas, y aprendí a amar cada una de ellas.

A medida que crecía, no podía evitar sentir una curiosidad insaciable por la música. Exploraba estilos de todas las latitudes, desde la profundidad de la música asiática hasta la espiritualidad de las melodías hindúes. Cada género, cada cultura, tenía su propia historia que contar, y yo quería escucharlas todas.

Mi relación más íntima con la música comenzó cuando era una niña. Tomé clases de guitarra y, en poco tiempo, descubrí que las cuerdas respondían a mis dedos con una armonía natural. Sin embargo, mi verdadero despertar musical aún estaba por venir.

En la adolescencia, me senté junto a mi padre en su batería, estudiando cada movimiento y escuchando cada golpe con atención. Aprendí a tocar de oído, conectando los sonidos con los movimientos, y pronto me sumergí en el mundo rítmico de la batería.

La pandemia, con todas sus restricciones y distancias, me llevó a descubrir otra dimensión de la música. Aprendí a tocar el ukelele, una pequeña joya de instrumento que se convirtió en mi refugio. Fue a través de las cuerdas del ukelele que conecté con mi actual pareja, compartiendo melodías que hablaban de amor y esperanza en tiempos difíciles.

La música, a lo largo de los años, se ha convertido en mucho más que una simple pasión. Es mi refugio, mi forma de expresión, mi energía renovadora. Cada nota es un suspiro de vida, y cada ritmo es un latido que marca mi camino. La música fluye a través de mis venas, creando la banda sonora de mi existencia, y sé que siempre será un compañero fiel en este viaje llamado vida.

Foto Andrea Ojos Verdes